'Automonumentos' A propósito del Costanera Center

El rascacielos: la persistencia de un viejo símbolo de poder

El rascacielos: la persistencia de un viejo símbolo de poder

Arquitectura y poder. La relación es milenaria, desde el Egipto antiguo hasta hoy. Y tal vez necesaria. O al menos así lo creía Nietzsche, el filósofo del nihilismo y la voluntad de poder: "En el arquitecto lo que resalta es el gran acto de la voluntad: la voluntad que mueve montañas. Los hombres más poderosos han inspirado siempre a los arquitectos. La arquitectura ha estado constantemente bajo la sugestión del poder. En el edificio, el atrevimiento, el triunfo sobre la gravedad, la voluntad de poder tienen que hacerse visibles".

La encarnación contemporánea de este fenómeno es el rascacielos -ligado a las corporaciones y últimamente a las fortunas petroleras- que gracias al acero, y especialmente a la invención y perfeccionamiento del ascensor, pudo superar los límites que imponían otros materiales y la capacidad de nuestras piernas para subir escaleras. "Automonumentos", los llama el arquitecto y teórico Rem Koolhaas en "Delirio de Nueva York". Los 381 metros del neoyorquino Empire State, por ejemplo, fueron proyectados para despuntar a "cualquier cosa construida por el hombre" y "para asombro de los hijos de nuestros hijos". Treinta y dos años después, en 1972, la torre uno del World Trade Center lo superó, con 417 metros. Y de ahí en adelante: la Torre Sears de Chicago, con 442 metros; las Torres Petronas de Kuala Lumpur, con 452; la Taipei, en Taiwán, con 508; y, últimamente, la Burj Dubai, cuyos 828 metros rompieron en 2010 la progresión para asegurarse la vanguardia en la escalera al cielo. Una gracia que durará seis años, pues ya se anunció que la saudí Kingdom Tower, en 2016, alcanzará los mil metros.

En Chile... bueno, tendremos nuestra Gran Torre Santiago, en el Costanera Center, que con sus 300 metros quiere hacer historia y ponernos en la vanguardia arquitectónica, según ha declarado Yves Besançon, el arquitecto responsable. Eso hasta que a alguien se le ocurra hacer una apuesta mayor. Porque no es sólo que su altura sea de la década de 1930, sino que incluso los más altos edificios del mundo son sobrepasados sucesivamente, ya que la misma lógica que los nutre -rascar los cielos- los hace perecibles.

Así lo entendió el citado Koolhass, quien al ser contactado por la televisión nacional china para levantar uno, prefirió apostar por el diseño en vez de jugarse por la verticalidad, y construyó un loop : un edificio continuo que se cierra sobre sí mismo y que -en todo caso- tiene unos nada despreciables 230 metros de altura. "Le dio una vuelta al asunto al ver que las alturas se van superando una y otra vez. Lo atractivo de su edificio radica en que allí hay una experiencia tridimensional, hay una relación entre lo vertical y lo horizontal, puedes subir, cruzar, bajar por otro lado; o sea, hay una experiencia nueva. Claro que eso requiere de más riesgo, de mayor estudio y de más dedicación, además de un cliente que se entregue a algo distinto", señala Mario Marchant, arquitecto y docente del Departamento de Arquitectura de la Universidad de Chile.

Entonces, ¿está obsoleto el rascacielos como ícono?

Espacio basura

Descontado el hecho de que los rascacielos "son un símbolo de la eterna ambición de superar límites", para el arquitecto Martín Hurtado, la pregunta es "¿para qué?, ¿tiene sentido juntar tanta energía en pos de una empresa así?". Él mismo responde: "Los rascacielos son una prueba fácil, sólo se miden por su altura, son simples de recordar, sencillos de mostrar. Un buen argumento para personas básicas. La misma que sueña con el auto más rápido, el hotel más caro, el diamante más grande. Sin embargo esa persona suele no medir las consecuencias propias y ajenas que esto implica, sólo necesita un símbolo de poder que lo ponga sobre sus iguales en una posición de dominio y de fuerza. El Costanera Center es un ejemplo de ello. La ambición de hacer 'lo que nadie ha hecho' deja a un barrio condenado a la degradación de su calidad de vida".

Hurtado apela al concepto de "espacio basura" (de Koolhaas), esto es, "el subproducto más desarrollado de los megaedificios de la modernidad". O, en otras palabras, todos esos lugares (o "no lugares") en los que nadie quiere estar, pero por los que estamos obligados a transitar: estacionamientos, calles de servicios, bodegas, salas de máquinas. "El buen diseño -expone Hurtado- no apunta sólo a la forma externa, es esencialmente el diseño de una experiencia en el espacio, a la manera de un guión que nos conduce a un estado del alma. Una plaza pública ubicada en el piso 20 de un edificio, al cual se accede a través de grandes escalas que nos permiten disfrutar del paisaje de una bahía, protegidos del viento, cuidados del frío, acogidos por una luz cálida es, por ejemplo, lo que intentaron "diseñar" los arquitectos Herzog y De Meuron para el edificio Elbphilharmonie, de Hamburgo. Un símbolo de calidad y no de cantidad".

Si bien "el rascacielos se presenta como un signo de poder por su masa imponente, su materialización obedece a la necesidad de satisfacción de requisitos bastante más complejos que los solamente simbólicos". Con esas palabras el arquitecto Alberto Montealegre Klenner apunta, básicamente, al alza del valor del suelo en Chicago, a fines del siglo XIX (donde y cuando aparecen estas moles). "Este sigue siendo hoy día un argumento a favor de la construcción en altura y creo que lo seguirá siendo", explica.

Dicho eso, Montealegre considera que discutir la vigencia de los rascacielos, "en medio de la realidad económica internacional, es una especulación teórica valida e interesante. Sin embargo, cambios de criterio que puedan realmente llevar en otra dirección requerirían un cambio cultural de la sociedad en que vivimos". ¿Qué tipo de cambio? Uno basado, principalmente, "en una relación más orgánica entre hombre y naturaleza, especialmente en una explotación racional de los recursos con criterios de sostenibilidad y renovabilidad. También una nueva relación entre el hombre y el hombre, una actitud moral de autolimitación con respecto a lo superfluo y una nueva solidaridad social". De ahí la conclusión de Montealegre: "No veo por lo tanto que sea posible la desaparición del rascacielos en un horizonte próximo".

Tampoco la ve el arquitecto y académico de la Escuela de Arquitectura UC, Sebastián Gray: "Nunca en la historia de la humanidad van a estar obsoletos. Es tan humano como subir las cumbres. Tiene que ver con la imaginación, va más allá de la sensatez. Se puede hablar de una poética de la torre, vinculada a esa aspiración de acercarse al cielo y de dominar desde la altura", reflexiona. ¿Y lo de apostar por el diseño? "El Empire State de Nueva York va a ser siempre icónico, tanto que tiene un área de protección alrededor suyo que impide que se construyan otros edificios en altura. Así es que es un argumento un poco débil ese de que el edificio se va a distinguir por su diseño: todo edificio se tendrá que distinguir por su diseño. El asunto pasa, más bien, por lo apropiado o no de una torre; y si hay que hacerla -bueno- que sea la mejor posible, en el mejor lugar posible, donde mejor se luzca y donde tenga el mejor impacto para la ciudad", contesta Gray, teniendo en mente el proyecto Costanera Center.

En ese sentido, complementa Montealegre, "la calidad de una obra de arquitectura no proviene de la cantidad de pisos. El buen diseño debe ser una cualidad permanente. La torre principal del Costanera Center, por ejemplo, se sostiene por su diseño que me parece fino e impecable y un excelente resultado expresivo de la construcción en altura. Otra cosa es la densidad del complejo que, a mi juicio, claramente supera hoy los límites de lo razonable y termina ofuscando cualquier juicio favorable".

El asunto parece ser, en Chile y en cualquier lado, que la carrera por rascar los cielos va más allá de buenas o malas razones. Se corre porque se puede: "Digan lo que digan los arquitectos -concluye Sebastián Gray-, siempre va a haber alguien que va a querer construir el edificio más grande del mundo". Nietzsche lo llama gran estilo: "Es la potencia que no necesita demostración, que desdeña el agradar, que difícilmente contesta, que no ve testigos en torno suyo, que sin tener conciencia de ellas vive de las objeciones que le son opuestas, que descansa sobre sí misma, fatalmente, como una ley entre las leyes (...)".

"En nuestras ciudades, lo más relevante es su geografía"

Que duda cabe, el rascacielos es un ícono de la ciudad moderna, de la urbe congestionada: a veces su solución, en otras su causa. Comenzó en Chicago a fines del siglo XIX, siguió con Manhattan y luego saltó al mundo.

Dicho eso, el asunto es si las urbes contemporáneas pueden legar otros íconos. París , por ejemplo, se las ha arreglado bien para que un palacio como el que alberga al Louvre siga siendo icónico, incluso con la moderna pirámide transparente que hoy lo distingue. En el caso de construcciones más actuales, se puede mencionar el museo Guggenheim de Bilbao, en España.

Para Luis Eduardo Bresciani , presidente del Colegio de Arquitectos, no hay una respuesta general para la pregunta respecto a si nuestras ciudades pueden legar otros íconos : "En Manhattan, por ejemplo, se justifica la construcción de edificios en altura, porque hay una gran actividad y un suelo escaso que debe acogerla. En ciudades como las nuestras, en cambio, lo más relevante es su geografía . Y por lo tanto cualquier obra icónica tiene que ver con ello: el río Mapocho, el cerro San Cristóbal, los parques. Para qué decir Valparaíso, o Concepción con el río Biobío. Ese tipo de cuestiones son las que van a distinguirlas de otras ciudades, porque el resto son soluciones internacionales que no arrojan carácter". "A no ser -agrega Bresciani- que haya alguna obra muy particular (que en nuestro caso, por nuestros recursos, no se justifica) como el Guggenheim de Bilbao o cosas de ese orden".

En una línea similar, el arquitecto Guillermo Hevia apuesta por los espacios públicos y, pensando en el Costanera Center, señala: "Hay que distinguir entre lo que es modernismo y satisfacer egos personales. La ciudad moderna no es la ciudad que tiene más rascacielos, sino la más amable y sustentable, la que está más de acuerdo con lo que realmente necesita: parques , espacios, satisfacción y calidad de vida. Una ciudad -insiste- hecha para las personas, no para satisfacer las ambiciones inmobiliarias". Por eso, en el caso de Santiago, vuelve sobre el cerro San Cristóbal : "Un parque en medio de la ciudad, de esa categoría, no lo tiene ninguna ciudad en el mundo. Sin embargo está hecho pedazos, se ven torres de televisión, de telecomunicaciones, etcétera".

Publicado el domingo 15 de abril de 2012, Vía El Mercurio, Cuerpo E Artes y Letras

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