Este 17 de junio se conmemoró un nuevo Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía. Bajo este escenario, el Programa Transdiciplinario en Medio Ambiente (PROMA), alerta sobre el riesgo que este fenómeno implica para las poblaciones y los sistemas de suelo, agua, bosque y la vegetación endémica.
Siendo principalmente causada por la actividad humana, la desertificación se relaciona con la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Este fenómeno, se ha visto acrecentado durante los últimos años debido a la variabilidad del clima, que acelera la vulnerabilidad de los ecosistemas.
Si bien, es un proceso que ha ocurrido de manera natural, este fenómeno ha alcanzado entre 30 y 35 veces la tasa histórica, según cifras de la ONU. En el caso de nuestro país, según Greenpeace, la desertificación ha sido catalogada como uno de los problemas socioambientales más agudos y los territorios afectados superarían el 60% a nivel nacional.
Durante la decimoquinta sesión de la Conferencia de las Partes (COP15) de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés), una serie de organizaciones civiles y autoridades de diversos países exigieron “voluntad política” para concretar acciones que restauraren los suelos degradados. Ante ello, especialistas de PROMA, espacio coordinado por la Unidad de Redes Transdisciplinarias (Redes Td) de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo (VID), se refirieron a esta problemática.
Sobre la desertificación
De acuerdo con Anahí Ocampo, académica de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Chile e integrante de PROMA, la desertificación es “la pérdida de productividad del suelo y adelgazamiento de la cubierta vegetal que se da, por lo general, en tierras áreas áridas, semiáridas y subhúmedas secas”, explicó.
Esto ocurre por una combinación variaciones climáticas, como sequías e inundaciones prolongadas, y actividades humanas, entre las que se encuentran las inadecuadas prácticas agrícolas, la deforestación y las malas prácticas de riego.
De esta manera, en 1977 se llevó a cabo la Convención Marco de las Naciones Unidas que abordó esta materia, generando un proceso de reflexión científico y político. Ante ello, la profesora Ocampo, comentó que “el avance de las investigaciones y la inclusión de distintas disciplinas ha permitido comprender este fenómeno como algo global de múltiples factores, de los cuáles, varios tienen su origen en decisiones fuera del lugar donde se observa”.
A modo de complemento, el investigador Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y académico del Departamento de Geofísica, Roberto Rondanelli, alertó que la desertificación es un proceso más complejo que una sequía. “Lo que nosotros estamos viendo en la zona central es todavía una sequía muy prolongada, vamos para el año número 12 y no es exactamente una desertificación, sino más bien, la ausencia de precipitaciones durante un periodo largo de tiempo. Esto ha significado que todos los sistemas que se alimentan de agua tengan que acostumbrarse a este déficit”, explicó.
Por su parte, María Christina Fragkou, académica del Departamento de Geografía e integrante de PROMA, se refirió al aspecto social que conlleva la sequía y la desertificación. “Existen condiciones base en los territorios, como la desigualdad social y la variación de la disponibilidad del agua. En lo que respecta la desigualdad social, resulta relevante abordarlo pues da cuenta de la vulnerabilidad de un país ante riesgos socioambientales, que por demás, no es toda la población de Chile, sino la gente de menores ingresos”, apuntó.
Uso de suelo y desertificación
Cuando desaparece la cubierta vegetal que mantiene la capa fértil del suelo, se produce una incapacidad de la tierra para retener el agua y permitir el crecimiento de las plantas. A nivel nacional, se pronostica que el territorio será uno de los lugares del mundo en el que más se percibirá el problema.
Para el profesor Rondanelli, este cambio de uso de suelo altera la disponibilidad hídrica y el paisaje, potenciando la sequía como un fenómeno climático y generando “la vulnerabilidad del paisaje, ya sea para el uso de la agricultura, la vivienda o plantaciones de especies que no son nativas”.
Asimismo, explicó que “el ejemplo más claro de eso son las plantaciones de madera para la producción de celulosa que alteran el paisaje de maneras que son mucho menos intuitivas. Los bosques actúan como un elemento más que altera el balance de agua”.
Por su parte, la profesora Fragkou comentó su preocupación pues, el actual Código de Aguas impacta en la escasez y vulnerabilidad de las aguas. “Distribuye los derechos de aprovechamiento de agua de manera muy desigual”, dijo.
En ese sentido, Anahí Ocampo sostuvo “es necesario que todas las políticas se evalúen de manera integrada y sinérgica, considerando el desarrollo, la adaptación, la conservación, la restauración y la salud, entre otras estrategias que deben avanzar en un solo sentido”.
Finalmente, Rondanelli, indicó que “a restauración de la naturaleza parece ser clave, sin embargo, el enfoque chileno “tiene muchos puntos ciegos. Hoy tenemos una oportunidad de hacer las cosas de otra forma, porque de seguir haciendo lo mismo no es sostenible, pues muchos de los cambios ya son irreversibles”.