Hablemos de la Tierra y hagamos nuestro el conocimiento que se ha producido sobre ella. Reconozcamos la enorme relevancia que tiene la investigación científica en dicho proceso y apostemos por su fortalecimiento para un genuino desarrollo. Pongamos en valor y prioricemos la relevancia que merecen la ciencia, el conocimiento y los saberes. Saludemos a quienes, en su continuo esfuerzo y más diverso ámbito de acción, disciplina y expresión, nos han ayudado a comprenderla, quererla y hoy saludarla.
El Día Mundial de la Tierra nos recuerda la importancia de que, como sociedad, cuidemos nuestro hogar. Permite reencontrarnos con el valor de la biodiversidad y la relevancia de los ecosistemas, así como también la importancia de conocer la tectónica de placas, la fuerza de los volcanes, las riquezas que nos provee la geografía o, bien, los efectos nocivos del cambio climático.
Cada año, relevamos acciones anteriores y adquirimos nuevos compromisos desde lo individual y lo colectivo. En ello, las universidades cumplen un rol esencial, pues el trabajo de las investigadoras y los investigadores de diversos campos del conocimiento han dado pie a informaciones relevantes para avanzar hacia acciones más sostenibles en favor del planeta.
En concreto, todo lo que sabemos que sucede en el mundo y los riesgos frente a determinadas maneras de actuar sobre él, son gracias a los altos niveles del quehacer científico que se desarrolla nacional e internacionalmente. Asimismo, las posibles soluciones y las estrategias que nos permitirían mejorar las condiciones que garanticen nuestra existencia y la de los ecosistemas que nos acompañan, provienen de arduas investigaciones colaborativas, de diversos campos del conocimiento y con amplio rol social.
Pocas veces nos detenemos más tranquilamente a reflexionar sobre lo importante que es conocer, explorar, indagar y conjeturar sobre los diversos aspectos que involucra el conocer nuestro hogar irreemplazable. Y junto con ello, ahondar en la diversidad de conocimientos necesarios para poner en valor y adquirir mayor conciencia sobre lo que significa nuestro planeta.
Por ello, hoy más que nunca, es valioso que hablemos de la Tierra, pero desde una multiplicidad de miradas. Eso significa referirnos a su estructura geológica y todas las complejidades que ello implica; de la física de su atmósfera; de la morfología de sus continentes y de la dinámica de las partículas que permiten definir el conocimiento sobre todo el sistema biofísico.
También, necesitamos comprender las formas de organización social que sobre ella habitan. Entender sus tradiciones y los modos de concebirla a partir de diferentes culturas y pueblos ancestrales; sus modos de organización económica, política y social; y las características que permiten garantizar condiciones de vida saludables para las poblaciones en su enorme diversidad.
El llamado es a hablar de la Tierra, pero no olvidar reconocer la ecología de los seres vivos que la habitan, en nuestra coexistencia con los virus, bacterias y otros componentes que permiten la existencia del planeta.
A su vez, comprender su amplia diversidad, las maneras bajo las cuales el habitarla permite expandir la relevancia propia del ser, su relevancia histórica, el crecimiento espiritual y la reflexión permanente. Y es que, debemos entenderla como parte de algo más grande y extenso, de un universo amplio e infinito, que la hace única e irrepetible.
En definitiva, hablemos de la Tierra y hagamos nuestro el conocimiento que se ha producido sobre ella. Reconozcamos la enorme relevancia que tiene la investigación científica en dicho proceso y apostemos por su fortalecimiento para un genuino desarrollo.
Pongamos en valor y prioricemos la relevancia que merecen la ciencia, el conocimiento y los saberes. Saludemos a quienes, en su continuo esfuerzo y más diverso ámbito de acción, disciplina y expresión, nos han ayudado a comprenderla, quererla y hoy saludarla.
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