Todos sabemos que cada vez que llueve en Santiago no nos queda más que seguir el “desarrollo de la noticia” en la televisión y redes sociales con algo de angustia, y con fe en que esta vez las calles no se convertirán en ríos, no se cortará la luz, no se cortará el agua, no se inundarán casas o los mismos pasos bajo nivel donde en cada lluvia se instalan los móviles de televisión. Por supuesto esperando que esta vez no se pierdan vidas a causa de una crecida importante de una quebrada o un aluvión imprevisto. Sin embargo, todos sabemos, muy en el fondo, que esto volverá a pasar y que solo nos queda esperar con resignación y seguir con nerviosismo el avance del sistema frontal, ya que la dura verdad es que Santiago no resiste una lluvia relativamente cuantiosa. Santiago no solo es vulnerable a eventos de precipitación, sino también a olas de calor, islas de calor y contaminación atmosférica, entre otras amenazas.
Por suerte, Santiago cuenta con un sistema de infraestructura verde capaz de ayudar a resolver todos estos problemas y varios otros, pero por ahora concentrémonos en su contribución para mejorar la resiliencia de la ciudad ante lluvias cuantiosas. Este sistema verde está compuesto por 9 mil espacios verdes, como plazas, parques, bandejones, veredas, centros deportivos, patios de colegios, zonas de cultivos y bosque nativo e incluso los jardines de las casas que cubren alrededor de 78 mil ha, y que cada vez que llueve actúan como esponjas que absorben e infiltran parte del agua caída, evitando mayores inundaciones, anegamientos y derrumbes. Esta ‘infraestructura’ debería ser considerada como parte del sistema de gestión de aguas lluvias en la ciudad y, por lo tanto, ser diseñada y gestionada para maximizar su contribución en este sentido.
A escala regional, es importante proteger los espacios naturales existentes en la cordillera y que controlan el escurrimiento y erosión en las partes altas de las cuencas hidrográficas, ayudando a disminuir las inundaciones y los cortes de agua en la ciudad. Esto ocurrirá al ampliar la red de áreas protegidas en la región y en muchos casos emprender esfuerzos de restauración ecológica en estas.
A escala urbana, lo más importante es potenciar el equilibrio entre las superficies impermeables (por ejemplo, calles, techos, estacionamientos) y los espacios permeables (espacios verdes y naturales) por medio de acuerdos y regulaciones, tanto a escala de proyecto como a escala de ciudad. Si queremos una ciudad resiliente y sensible al ciclo del agua, no es posible seguir permitiendo plazas de estacionamiento 100% impermeables o barrios completos con un 96% de impermeabilidad.
Por otro lado, los espacios verdes en sus distintas formas deberían potenciar su rol de esponjas urbanas e intravenosas a las debilitadas napas subterráneas de la región. Esto se puede hacer al mantener un suelo que favorezca la infiltración del agua, integrar jardines captadores de aguas lluvias en bandejones, crear rebajes de soleras en las áreas verdes para aprovechar las aguas lluvias, además de conservar humedales urbanos y crear humedales artificiales en zonas de inundación.
Además, la ralentización de la caída de las aguas lluvia se puede favorecer aumentando la cobertura arbórea, con una mejor selección y combinación de especies de árboles y con la disminución de las grandes extensiones de césped (para muchos una cobertura semiimpermeable) y su reemplazo con herbáceas más adecuadas. Un aspecto muy relevante a microescala (pero de gran impacto acumulado) y que aporta en mitigar el anegamiento e inundaciones, es crear conexiones entre la infraestructura verde y gris, a través de rebajes de solera conectados a sistemas de infiltración que pueden variar de los más sencillo a sistemas sofisticados, incluyendo piscinas de acumulación de aguas subterráneas. Lo anterior evita que el espacio verde recoja casi inmediatamente el exceso de agua de la calle o vereda y, por lo tanto, evite su recorrido y acumulación.
Existen numerosos ejemplos de otros países y ciudades similares a Chile y Santiago, que han demostrado que todo lo mencionado aquí es posible y que tiene profundos efectos positivos para disminuir los riesgos asociados a las inundaciones. Es más, un sistema de espacios verdes puede ser también y al mismo tiempo un sistema de purificación del aire, un sistema de rutas para transporte activo, una infraestructura de salud pública, un sistema de hábitats y un sistema de integración social. Con todo, un sistema de infraestructura verde en Santiago, y cualquier otra ciudad chilena, es un sistema fundamental de resiliencia urbana y adaptación al cambio climático. Para enfrentar la crisis planetaria actual necesitamos ciudades, regiones y territorios más ecológicos y en armonía con la naturaleza y sus ciclos.