Por Amarí Peliowski y Liliana Morawietz
En mayo de este año se inauguró la 17ª Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia, evento que es considerado la punta de lanza de la discusión contemporánea global en arquitectura, exponiendo las problemáticas contingentes y las expresiones más novedosas de la reflexión disciplinar. Se trata, a la vez, de un acontecimiento enormemente mediatizado y no exento de críticas relativas a su deriva cosificadora y turística, banalizadora y sobreconceptualizadora de una disciplina que aspira a la relevancia social[1].
Aparte de la ya tradicional participación con un pabellón nacional, cuya curaduría es adjudicada mediante un concurso público organizado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, la presencia chilena se complementa con las intervenciones de algunas oficinas locales (o internacionales, pero con participación chilena), invitadas directamente por el curador general de la exhibición. Una de estas oficinas es Elemental, liderada por el premio Pritzker y curador de la 15ª Bienal, Alejandro Aravena.
La propuesta de Elemental es una instalación al aire libre, compuesta de una estructura que asemeja un cilindro conformado por troncos de madera de pino verticales y diagonales, a la cual se puede acceder por una abertura. En un tráiler difundido meses antes de la inauguración y en entrevistas ofrecidas en Venecia, Aravena ha dado cuenta de las razones, proceso y mensaje de la intervención. Esencialmente, se trata de recuperar la tradición de los parlamentos, instancias de encuentro político entre caciques mapuche y representantes de los gobiernos colonial y republicano, donde entre los siglos XVII y XIX se mediaron conflictos, resolvieron fronteras y delimitaciones, y se reconoció la independencia y soberanía de la nación y territorio mapuche. Para la intervención en Venecia, Elemental propuso una interpretación espacial y contemporánea de esos eventos para los cuales no existió en el pasado una arquitectura específica.
Aravena ha señalado que, en respuesta a un conflicto de larga data que ha recrudecido durante el último tiempo, el objetivo de la obra es crear un lugar para el diálogo intercultural entre mapuche y chilenos, donde ambos grupos puedan sentirse equivalentes y abiertos al conocimiento simétrico del otro. Elemental propone así una estructura denominada Koyaüwe, que significa “un lugar para el parlamento” –uniendo los vocablos en mapuzungun coyag (parlamento) y we (lugar)—, que se esperaba pudiera efectivamente alojar un encuentro entre actores de ambas partes en el territorio “neutro” de Venecia, aunque por causa de la contingencia sanitaria esta reunión no pudo organizarse.
Relata también Aravena que el diseño del Koyaüwe resultó de un proceso participativo, luego de una invitación que le hiciera “una forestal”. Si bien no revela el nombre de la empresa en la entrevista, gracias a otros reportes de prensa sabemos que se trata de la Forestal Arauco, que el año 2010 inició un trabajo de encuentros públicos con actores relevantes de las comunidades donde se encuentran sus terrenos de explotación, estrechando un vínculo particular con la Asociación Comunal Mapuche de Loncoche. Este trabajo ha sido desarrollado por Tironi y Asociados, consultora que, de acuerdo a su propia conceptualización, se dedica a la gestión de controversias entre empresas y comunidades.
A fines del 2018, la consultora se acercó a Elemental para proponerles trabajar con ellos en la materialización de alguna solución en la que mediara el diseño espacial. No es “para” ellos, subraya Aravena en una entrevista, si no que “con ellos”. Aplicaron en esta obra, pues, la ya probada y exitosa fórmula que considera la participación del usuario en la concepción arquitectónica, cuyo resultado más conocido fue la construcción de una serie de poblaciones de vivienda social incremental en varias ciudades chilenas, y que significaron el merecido reconocimiento mundial de la firma de arquitectura.
El Koyaüwe ha tenido protagonismo en los resúmenes que enumeran lo más destacado de la bienal en la prensa nacional e internacional; quizás en un exceso de entusiasmo, incluso ha sido caracterizada como una estructura que busca resolver el conflicto mapuche-chileno, y que ofrece un camino alternativo a la violencia por medio del estímulo a la comunicación y al diálogo[2]. Si bien los autores se han esforzado en puntualizar que esperan aportar sólo una posible respuesta a un problema complejo, al mismo tiempo cifran esperanzas en que el trabajo arquitectónico pudiera ofrecer “una clave para la resolución del conflicto”, como dice Aravena en una de las entrevistas, agregando que trabajaron en base a la convicción de que “la arquitectura [puede] transformar en algo muy concreto y en resultado algo que a veces es muy difícil de traducir, y probablemente esa capacidad de síntesis de la arquitectura de traducirlo a una experiencia, podía ser una posible contribución” a la resolución de las controversias.
Al contrastar las imágenes de la instalación –imponentes, poderosas, preciosas— con el argumento que fundamenta su concepción, aparecen sin embargo las paradojas y contradicciones de este discurso ambicioso, pues pareciera haber una enorme distancia que salvar entre la magnitud de un conflicto que acumula siglos, y una estructura impecable y fotogénica instalada a más de diez mil kilómetros de Loncoche.
Si bien el tipo de declaraciones como las de la oficina Elemental pueden parecer inofensivos, pues circula prioritariamente en el espacio restringido de la pequeña y elitizada comunidad gremial de las arquitectas y los arquitectos atentos a las novedades de Venecia –y por tanto no tiene demasiado alcance en un público más amplio—, ellos comienzan a ser problemáticos cuando se considera la intensidad del conflicto mapuche y la centralidad de las empresas forestales en la fase actual de ese enfrentamiento. Que la obra se haya desarrollado precisamente en madera de pino que producen las forestales en tierras reclamadas, poblándolas de ‘desierto verde’, como se denomina a las plantaciones entre las comunidades mapuche, da cuenta de los puntos ciegos del argumento de Elemental, que busca generar un espacio para el encuentro en condiciones en que la simetría que se propone resulta impensable.
Los parlamentos supusieron el reconocimiento del otro (mapuche/chileno) como un sujeto político, representante de una nación. La propuesta de Elemental esquiva la dimensión política del conflicto que, si bien se escenifica en tierras actualmente en propiedad de empresas forestales, es en realidad un conflicto que los enfrenta al estado chileno, y del cual las empresas forestales han profitado.
¿Hay simetría posible hoy entre una forestal, actualmente dueña de la tierra, y los Mapuche? ¿Es un diálogo entre un pequeño grupo de mapuche (en el video filmado por la oficina de arquitectura aparece no más de una decena de personas) y una forestal verdaderamente un diálogo entre dos naciones? ¿Se trata realmente de un diálogo con una forestal, si esta última ha conducido un proceso profiláctico, evitando el contacto real y tercerizando su voz mediante el contrato de consultores expertos en negociación? ¿Qué es lo que podría negociarse en un espacio como el Koyahüe? ¿Qué es lo que Forestal Arauco está dispuesta a poner sobre la mesa? ¿Puede ser representativa de la nación chilena una empresa privada? ¿Qué lugar le cabe al Estado chileno en este Koyahüe? ¿Es un mero espectador que observa, desde fuera de la grilla de pinos, los pactos convenidos entre particulares? ¿Dónde queda, en definitiva, lo político?
En Elemental parecieran estar conscientes de las limitaciones de su disciplina, y señalan en una de las entrevistas que el conflicto mapuche tiene una dimensión tangible asociada a problemas económicos y a la legalidad sobre el dominio de la tierra, que no puede ser abordada desde la arquitectura, arguyendo en consecuencia que donde sí pueden inferir es en la creación de recursos simbólicos.
La interpretación semiótica, en la cual la materia de la obra está definida por los alcances culturales de su imagen, es moneda corriente en el discurso contemporáneo de la arquitectura y acompaña las lecturas cultural, histórica y geográficamente situadas de las obras en su contexto; no obstante, es problemático indagar en el objetivo que Elemental asigna al símbolo de su creación, afirmando en las entrevistas que su función es visibilizar y afirmar la existencia de mapuche en el sur de Chile, ofreciendo una plataforma alegórica para el encuentro simétrico y pacífico entre dos culturas.
Por un lado, asumen con esa intención que la integración se facilita con este tipo de gestos, que no dejan de exudar un tono paternalista –el lado “chileno” representado por la forestal que financió el proceso de diseño, los materiales y la construcción de la obra—, a la vez que parecieran desconocer el trabajo de larga data de equipos de profesionales estatales que –sin arrogarse la construcción de un espacio para la solución de conflictos políticos— han buscado el conocimiento mutuo en conjunto con pueblos originarios, el rescate de tradiciones constructivas y el diseño de reinterpretaciones contemporáneas, obteniendo como resultado guías de diseño arquitectónico intercultural.
La instalación en Venecia parece ser, en ese sentido, más un monumento que un símbolo, apelando al gesto que fija en un tiempo estático un discurso políticamente correcto o formulado por una voz poderosa. Los monumentos suelen representar un discurso oficial impuesto verticalmente por los poderes establecidos, relación que ha sido cuestionada este último año con los actos iconoclastas que han marcado las protestas antirracistas y anticoloniales en Chile y en el mundo.
En cambio, los símbolos surgen muchas veces de forma espontánea, en tanto imágenes de gestos políticos potentes. Basta ver las imágenes del monumento al General Baquedano grafiteado y cubierto de banderas feministas y plurinacionales en medio de la Plaza Italia, renombrada popularmente Plaza de la Dignidad. Basta ver las fotografías y videos de Elisa Loncón en vestimenta Mapuche pronunciando el discurso de agradecimiento luego de ser elegida presidenta de la Convención Constitucional encargada de redactar la nueva constitución para Chile. Basta ver a la misma Loncón presidiendo las sesiones de la Constituyente en el Congreso Nacional, bajo una enorme pintura que retrata el “Descubrimiento de Chile” por Diego de Almagro, firmado en 1913 por Pedro Subercaseaux.
¿Qué poder simbólico acompaña al pino de la instalación de Elemental, si no es la negación de lo político, la introducción forzada, la homogeneidad que erradica la diversidad, la acumulación de riqueza por unos pocos y la explotación de la tierra y de sus habitantes? Como resume elocuentemente un comentador italiano en la influyente revista Domus, hay que preguntarse si la propuesta de la oficina chilena no es simplemente otra expresión más de la apropiación cultural que, con su frágil equilibrio entre el reconocimiento y la explotación de la alteridad, es tan frecuente en nuestros días.
Amarí Peliowski es arquitecta, académica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile.
Liliana Morawietz es antropóloga, académica del Centro de Investigación Avanzada en Educación, Universidad de Chile.
[1] Por ejemplo, Oliver Wainwright para The Guardian (21 de mayo 2021); Carolyn Smith para The Architectural Review (21 de mayo 2021); Roberto Zancan para Domus (26 de mayo de 2021).
[2] Por ejemplo, en Designboom (20 de mayo de 2021), Elisabetta Povoledo para The New York Times (02 de junio de 2021), y el blog World Architecture (04 de junio de 2021).