Este lunes la Plaza Dignidad -ex Plaza Italia–, amaneció con un muro perimetral de hierro que impide el acceso al lugar donde se encontraba el Monumento a Baquedano, retirado hace tres días por decisión del Consejo de Monumentos Nacionales, a raíz de las intervenciones físicas, performativas y visuales realizadas a este símbolo militar nacional en el marco de la revuelta social. Desde octubre de 2019, y en otros momentos de la historia política del país, dicho lugar ha sido ocupado como un espacio de protesta, como también de articulación de subjetividades y colectividades en torno a intereses y demandas comunes. Sin embargo, una vez más, las fuerzas policiales y de gobierno intentan destruir la escena política y estética de lo comunitario en nuestros territorios, obstaculizando y limitando el tránsito y expresión libre de las personas en el espacio público.
El muro aparece así en el paisaje urbano como una representación de la violencia política y simbólica del Estado, quien impide a través de dicho objeto físico y el constante resguardo de fuerzas policiales, la ocupación de un espacio que ha sido por décadas un símbolo de reunión social y cultural. Su instalación es una expresión de enfrentamiento directo contra la población y un intento desesperado de reafirmación del poder y orden.
Mucho se ha comentado sobre el retiro del Monumento a Baquedano y su posible reemplazo. Hay quienes mencionan a mujeres como Gabriela Mistral u otros personajes provenientes del mundo popular. No obstante, algunas somos de la idea de que lo conquistado con la ocupación de espacios públicos como Plaza Dignidad, ha sido producto de convocatorias y organizaciones anónimas, que lejos de las estructuras de reconocimiento monumentalista tradicional, no han instalado un solo liderazgo ni buscan destacar personajes heroicos que muchas veces suelen obviar que ninguna lucha social se gana de manera individual.
Pensar un espacio neurálgico como Plaza Dignidad, debería invitarnos a conversar y debatir en procesos democráticos sobre cómo construir colectivamente la ciudad que queremos habitar, esto podría ser una oportunidad de involucrar a la ciudadanía en la transformación de nuestros territorios. A pesar de que la perspectiva punitiva no lo quiera ver, el deseo de construir colectivamente el espacio en que vivimos se evidencia en las diferentes intervenciones artísticas, performáticas o manifestaciones en la ciudad, que disputan el carácter de ese espacio público día a día con diversidad de identidades y reivindicaciones; desde las hinchadas de fútbol, hasta la ocupación feminista como apropiación simbólica de un espacio que tiende a excluir a mujeres y disidencias. En definitiva, es permitirle al pueblo ejercer su derecho a la ciudad, cuestión fundamental en una democracia.
Lamentablemente, ante una oportunidad de profundización democrática del espacio urbano, el gobierno ha optado por una salida, que no sólo es de mal gusto, sino que es decididamente autoritaria. De seguro el muro que protege un plinto vacío no invisibilizará el malestar social, tampoco acallará los anhelos de cambios que ha movilizado a la sociedad. Apostamos a que las transformaciones venideras involucren las ciudades y territorios donde habitamos, logrando espacios que nos convoquen y nos reconozcan como ciudadanas y ciudadanos con derecho.
Luciana Pastor Martínez – Académica Departamento de Diseño, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile / Directora Vértice Urbano.
Valentina Saavedra Meléndez – Académica Instituto de la Vivienda, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile / Directora Vértice Urbano.